Los refugiados, vulnerables entre los vulnerables, son la cruda expresión de los desordenes y desequilibrios mundiales. No quieren desplazarse, pero son forzados e impulsados a partir, huyendo de persecuciones, guerras, conflictos, violencia. Son hombres, mujeres, niñas y niños obligados a abandonar su patria por fundado temor de persecuciones sea por motivos de raza, religión, nacionalidad, opinión política o grupo social; sea por la violación en masa y generalizada de los derechos humanos que ocurre en el propio país, o por la falta de protección del Estado.
Rosita Milesi[1]
Los refugiados, vulnerables entre los vulnerables, son la cruda expresión de los desordenes y desequilibrios mundiales. No quieren desplazarse, pero son forzados e impulsados a partir, huyendo de persecuciones, guerras, conflictos, violencia. Son hombres, mujeres, niñas y niños obligados a abandonar su patria por fundado temor de persecuciones sea por motivos de raza, religión, nacionalidad, opinión política o grupo social; sea por la violación en masa y generalizada de los derechos humanos que ocurre en el propio país, o por la falta de protección del Estado.
La acogida a los refugiados es un aspecto determinante para que logren, por lo menos, recuperar la esperanza de reconstrucción de sus vidas. Es fundamental considerar que las dificultades enfrentadas, al llegar a un nuevo país, no se limitan a la nueva cultura, al nuevo idioma o a las costumbres. En muchos casos, llegan a situaciones de pobreza, emocionalmente debilitados, muchas veces enfermos y sin perspectivas sobre el porvenir. Estas situaciones todavía pueden ser más graves debido a prácticas discriminatorias motivadas por factores económicos, de raza y étnicos. El imaginario de muchas personas, afirma el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados, António Guterres, todavía relaciona el refugiado a un criminal, que está huyendo de su país, y no alguien que, justo el revés, ha huido de su casa, de su país por sufrir persecuciones o por ser víctima de una guerra o de conflictos que devastan su patria. Hay que recordar, además, que las mujeres y niños constituyen un grupo doblemente vulnerable, lo que puede generar más dificultades de integración.
1. Datos sobre refugiados en el mundo y en Brasil
Según la Agencia de la ONU para refugiados (ACNUR), en el 2008, había 42 millones de personas bajo la protección del ACNUR. Este número incluye 15,2 millones de refugiados, 827 mil solicitantes de refugioy 26 millones de desplazados dentro de sus propios países por causa de conflictos armados y violencia. Cerca de 80% de los refugiados provienen de países en desarrollo, que son, a su vez, los que tienen más desplazados internos.
“En 2009, hemos visto un número considerable de nuevos desplazados en Pakistán, Sri Lanka y Somália”, afirma Antonio Guterres, Alto Comisionado de la ONU para refugiados. Además, señala, “mientras algunos desplazamientos deben ser cortos, otros pueden durar años e inclusive décadas para ser resuelto”. Como ejemplo mencionó los casos de Colombia, Irak, República Democrática del Congo y Somalia.
En el ámbito nacional, cabe recordar que, en un pasado no muy lejano, durante el período militar, el Brasil producía refugiados políticos, obligados a huir de la dictadura de los años 70. A diferencia de aquellos tiempos, hoy, el país recibe refugiados. En ese sentido, es necesario cambiar la postura social, construir una cultura de mejor comprensión sobre el drama del refugio y sus desdoblamientos y consecuencias en la vida de las personas afectadas, recordando que acoger y dar protección a los refugiados es una cuestión humanitaria y deber de justicia, ante a los compromisos que, afortunadamente, nuestro país ha asumido formalmente.
Hay en Brasil, alrededor de 4 mil refugiados, de los cuales un 70% viene del continente africano. Con todo, cabe resaltar, que tenemos refugiados de 72 nacionalidades diferentes. Los países con mayor número de refugiados en el Brasil son de: Angola, Colombia, Cuba, Irak, Liberia, Palestina, República Democrática del Congo y Sierra Leona.
2. Relatos de refugiados:
- “Mi familia me ha ayudado a mí y a mi hermano a huir”, dice Marie, que es médica. Trabajaba con pacientes VIH positivo en el Congo. “Aquí, me defiendo dando clases de francés y cuento con la ayuda de amigos y del IMDH”.
- En el caso del congolés Thierry, la llegada a Brasil ha sido un accidente. “Estaba huyendo. He visto un barco. Pensé que iba a Estados Unidos o para el Canadá. Subí como clandestino. Cuando estábamos lejos de la costa, me descubrieron. El capitán estaba con mucha rabia. Fue el peor para mí: dijo que no iba para el norte, sino para la ciudad de Santos, Brasil. Nunca había oído hablar. Me quedé desanimado. En la llegada al puerto santista, el capitán, solidario, me dio 200 dólares. Fue así que empecé a espabilarme.
- “Brasil ha sido una sorpresa para mí, en algunos casos bueno, otras veces desagradable”, dice Serge. He llegado con miedo, todo el mundo hablaba de la violencia en este país. Descubrí que era un absurdo”, sonriendo cuenta Serge, que vive en una favela de Rio de Janeiro. Él y otros amigos dicen haber quedado impresionados por la gentileza de los cariocas*. “La gente ayuda, reparten la comida con la gente. En el gimnasio, todo el mundo es muy cariñoso, a pesar del mal portugués”, cuenta Alain, que a los 39 años, hace parte de los veteranos.
- Hace tres semanas, hemos recibido en Brasilia, una joven de Sri Lanka. “Por diversos motivos quería salir del Sri Lanka. Me han ofrecido oportunidades de ir al Canadá, dónde se habla inglés y hay muchas personas de mi país. He aceptado. Cogí un avión, con transborde en Brasil (yo no sabía nada de ese país), de allí me llevarían al Canadá. Después, trabajando, yo pagaría todo. Llegando a Sao Paulo, me pusieron en un hotel. Después de cinco días, ellos decían que luego volverían… Mi dinero se acabó. Ellos nunca más volvieron. Fui para la oficina, y me han dicho que yo viniera aquí a resolver mi problema. No tengo más dinero, ni billetes. No conozco a nadie. Estoy desesperada!”.
- “No se puede comprar nada aquí. Comer… todo bien, hay restaurantes populares, pero comprar un tejano es cosa imposible”, dice Billy. Para ellos, con todo, dice la asistente social, el problema mayor no es la cuantía de dinero que reciben, que se puede sobrevivir, sino, más bien, la duración: después de seis meses, ya no tienen más nada. “No tengo casa, no tengo nada para comer, he estado siete meses durmiendo en la calle, hasta que un compañero congolés me ofreció hospedaje”, se acuerda Alain.
3. Los Refugiados y el Tráfico de Personas
Es un desafío creciente, y podemos decir que todavía oculto, el de las víctimas del tráfico de personas y mayor, todavía, el del combate a las redes criminales que actúan en ese campo.
Tráfico de personas, como lo define el Protocolo de Palermo, es “el reclutamiento, el transporte, la transferencia, el alojamiento o el acogimiento de personas, recorriendo a la amenaza o uso de la fuerza o otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de autoridad o a la situación de vulnerabilidad o a la entrega o aceptación de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra para fines de explotación”. El mismo Protocolo define la explotación como “… la explotación de la prostitución de uno o otras formas de explotación sexual, el trabajo o servicios forzados, esclavitud o prácticas similares a la esclavitud, el servicio o la remoción de órganos”.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados observa que muchas personas perseguidas en sus países no tienen la oportunidad de salir y buscar refugio en otro sitio por medios legales y, en consecuencia, pueden ser obligadas a viajar de manera irregular, inclusive cooptadas y llevadas por traficantes de seres humanos. En ese sentido, se recomienda la realización de debates y medidas para ser implementadas, las cuales concilien los imperativos de protección a las personas y el control de fronteras[2]. Este último no puede y no debe prevalecer sobre la garantía de la protección a las personas.
El ACNUR expresa una gran preocupación en la relación refugio y tráfico de personas en el sentido de la incidencia y garantías necesarias para que las víctimas o potenciales víctimas de tráfico de personas, que tienen fundado temor de volver al país de origen, sean identificadas y les permitan acceder a los procedimientos de refugio. La otra dimensión preocupante es la prevención, en el sentido de evitar que las personas perseguidas y los apátridas se conviertan en víctimas de tráfico, debido a la situación de vulnerabilidad en que se encuentran. Estos aspectos implican temas relativos a la documentación, situación legal y derechos de residencia.
4. Preocupación y atención Pastoral
La enseñanza de la Iglesia expresa preocupación y hace voz calurosa a favor de los refugiados. En la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis habla Juan Paolo II: “herida típica y reveladora de los desequilibrios y conflictos del mundo contemporáneo: los millones de refugiados a quien las guerras, las calamidades, las persecuciones y discriminaciones de todo tipo han hecho con que perdieran la casa, el trabajo, la familia y la patria. La tragedia de esas multitudes se refleja en el rostro marcado de los hombres, mujeres y niños que, en un mundo dividido e inhóspito, no logran encontrar un hogar” (24).
El documento “Refugiados: un desafío a la solidaridad”, destaca: “La Iglesia ofrece su amor y su asistencia a todos los refugiados sin distinción de religión o raza: respeta en cada unos de ellos la dignidad inalienable de la persona humana, creada a la imagen de Dios” (cf. Gn 1,27) y afirma “Dios, que ha caminado con los refugiados del Éxodo en busca de una tierra libre de cualquiera especie de esclavitud, continua a caminar con los refugiados de hoy para realizar con ellos su Designio de amor” (n. 25).
El mismo documento especifica como la Iglesia, en sus diversas instancias, puede y debe actuar, en el ejercicio de la responsabilidad de ofrecer a los refugiados acogida, solidaridad y asistencia: es llamada a encarnar las exigencias del Evangelio, encontrándolos, sin distinción, en el momento de la necesidad y de la soledad. Esta tarea se expresa por varias actitudes: contacto personal, defensa de los derechos del individuo y de grupos, denuncia de las injusticias y de las causas que generan refugiados, demanda la formulación de leyes que garanticen la protección efectiva de los refugiados, educación contra la xenofobia, formación de grupos de voluntariado y de fondos para emergencias y asistencia espiritual (cfr. n. 26).
Llama la comunidad cristiana a vencer el miedo y la desconfianza en relación a los refugiados; no se les debe considerarles una amenaza a la identidad cultural y al bien-estar, más bien acogerles como un estímulo a caminar con estos nuevos hermanos, ricos de don, en un proceso incesante de formación de un pueblo capaz de celebrar su cultura de solidaridad y acogida (cfr. n. 27).
Sublima, además, que los refugiados tienen derecho a una asistencia en la cobertura de sus necesidades espirituales. Para alcanzar ese objetivo se hace necesario que los ministros de las diferentes religiones dispongan de plena libertad para se encontrarse con los refugiados y compartir su vida, como medio de darles una asistencia adecuada.
En documento firmado en el tres de mayo de 2004 – “La Caridad de Cristo para con los Migrantes” – el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes destaca que las situaciones críticas del mundo actual – nacionalismo exasperado, el odio o la marginalización sistemática o violenta de las poblaciones minoritarias o de los fieles de religiones no mayoritarias, los conflictos civiles, políticos, étnicos e incluso religiosos que derraman sangre en todos los continentes – alimentan flujos crecientes también de refugiados y de prófugos, frecuentemente mezclados con aquellos migratorios, involucrando sociedades donde, en su interior, etnias, pueblos, lenguas y culturas se encuentran, pero con el riesgo de contraposición y de choques. (n.1).
Para favorecer la protección de estas personas y la defensa de sus derechos, la “Iglesia anima la ratificación de los instrumentos internacionales legales que garantizan los derechos de los migrantes, de los refugiados y de sus familias, ofreciendo también en sus diferentes instituciones y asociaciones competentes advocacy o cabildeo/incidencia política que, hoy, es cada vez más necesario, como, por ejemplo: los centros de atención y las casas de acogida para migrantes, las oficinas para los servicios humanos, de documentación y asesoramiento, etc.” (n.6). Se auto-referencia, además, afirmando que “en el campo eclesial, más específicamente, se puede considerar la posibilidad de instituir un adecuado ministerio de acogida, con el deber de aproximar los migrantes y los refugiados, y de introducirles progresivamente en la comunidad civil y eclesial, o de ayudarles en vista de un eventual retorno a la patria”.
Emana, además, el llamado a los religiosos a una particular atención a los inmigrantes y refugiados e invita a todos los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica a ultrapasar generosamente las fronteras del propio empeño, en una verdadera y propia dimensión visionaria, a favor de los migrantes, de los refugiados y de sus familias (cfr. n. 83).
El Documento de Aparecida, enfocado en el Continente latinoamericano, ampliando el cuadro de la realidad y para hacerla más comprensible, llama la atención de algunas situaciones más críticas, citando entre ellas: “… Sucede también un vergonzoso tráfico de personas, que incluye la prostitución, inclusive de menores. Merece especial atención la situación de los refugiados, que cuestiona la capacidad de acogida de la sociedad y de las iglesias…” (n. 73).
En la misma línea, las Directrices Generales de la Acción Evangelizadora de la Iglesia en Brasil (2008-2010), orientan y estimulan la atención a los refugiados: “Es urgente el establecimiento de estructuras nacionales y diocesanas destinadas no apenas al acompañamiento a los inmigrantes y refugiados, cómo también a empeñarse junto a los organismos de la sociedad civil, para que los gobiernos tengan una política (…) que lleve en cuenta los derechos de las personas en movimiento”. (n. 139); “Algunos aspectos entonces se destacan: el desarmamiento y la promoción de la paz, el socorro de urgencia a refugiados y víctimas de catástrofes naturales…” (n. 196); “Incentivar la atención a las personas necesitadas de protección internacional y apoyar la acción pastoral de acogida e integración de refugiados en nuestro país” (n. 208, g).
Brasília-Df, Brasil, 20 de Junio de 2009